Sportswashing, ¿qué es esto del blanqueamiento deportivo?

Organizar grandes eventos deportivos, comprar equipos de fútbol, atraer a grandes estrellas… se conoce como sportswashing, y la intención es clara: blanquear la imagen de ciertos países donde no se respetan los derechos humanos, incluidos los de las mujeres..

Trabajadores frente a un mural en Doha el 8 de noviembre de 2022, antes de la Copa Mundial de la FIFA Qatar 2022. (Photo by GABRIEL BOUYS/AFP via Getty Images)

Sportswashing es la práctica de un individuo, grupo, corporación o estado-nación que usa el deporte para mejorar su reputación dañada, a través de la organización de un evento deportivo, la compra o el patrocinio de equipos deportivos, o mediante la participación en el deporte mismo. Se traduce como blanqueamiento deportivo, lavado de imagen deportivo, o impostura deportiva.

A nivel de estado-nación, el lavado deportivo se ha utilizado para desviar la atención de un historial deficiente de derechos humanos y escándalos de corrupción dentro del gobierno. Mientras que a nivel individual o corporativo se utiliza el sportswashing para encubrir y desviar la atención de los vicios, delitos o escándalos de dicha persona o empresa. El lavado deportivo se ha llamado una forma de blanqueo.

A nivel nación-estado, el sportswashing ha sido descrito como parte del poder blando de una nación. La organización de Rusia de la Copa Mundial de la FIFA del 2018 se ha citado como ejemplo, ya que la reputación mundial del país era baja debido a su política exterior y el evento provocó la interrupción de las discusiones relacionadas con él y, en cambio, se centraron en el éxito de la Copa del Mundo, y en lo amable que era el pueblo ruso.

Las personas de naciones acusadas de sportwashing a menudo argumentan que simplemente quieren disfrutar de eventos deportivos en sus países de origen y que los boicots deportivos y la reubicación de eventos son injustos para los fanáticos deportivos e ineficaces para cambiar la política gubernamental.

Las empresas que han sido acusadas de lavado deportivo incluyen a Ineos, que se convirtió en el principal patrocinador del Team Sky de ciclismo en 2019, lo que llevó a que pasara a llamarse Team Ineos y más tarde a Ineos Grenadiers, y Arabtec, una empresa de los Emiratos Árabes Unidos que patrocinó al Manchester City F.C.

El sportswashing se considera una forma de propaganda potencialmente costosa. Por ejemplo, en marzo de 2021, la organización de derechos humanos Grant Liberty dijo que solo Arabia Saudita ha gastado al menos $ 1.5 mil millones en supuestas actividades de sportwashing.

Lo hemos visto recientemente en Qatar durante la Copa Mundial de Fútbol. Tanto las autoridades del país como la FIFA intentaron alejar la conversación de las múltiples violaciones de derechos humanos que se cometieron en la construcción de las infraestructuras del torneo y centrarla únicamente en el torneo.

También en Arabia Saudí, donde la Fórmula 1 deslumbra, donde Italia y España han llevado torneos de fútbol como la Súper Copa, donde los pilotos del Rally Dákar recorren el país a toda velocidad o donde el golf se ha convertido en una gran atracción

David Ramos /Getty Images

El propietario de los medios italianos Silvio Berlusconi, a través de su holding Fininvest, era propietario del club A.C Milan de la Serie A en 1986 y tenía el 98% de las acciones del club hasta 2017. Berlusconi ganó popularidad en el país gracias al éxito de su equipo, fuertemente respaldado por sus propios medios de comunicación, incluido Mediaset. , para mejorar la opinión pública, lo cual fue útil para sus propósitos políticos. Fundó Forza Italia, un partido de centro-derecha, y en 1994 se convirtió en Primer Ministro del país.

Durante más de dos décadas de gobierno divididas en cuatro periodos, Berlusconi estuvo involucrado en casos de abuso de poder, soborno, corrupción de personal público y contabilidad falsa, así como escándalos sexuales, entre otras polémicas. Propuso y aprobó muchas leyes ad personam (una especie de clientelismo) a favor de su propio negocio, incluido el club milanés como el asunto Lentini en 1995, el Decreto salva-calcio en 2003, que permitió al Milán aliviar su deuda de € 242 millones, y la despenalización de la contabilidad falsa durante su segundo gobierno, cargo por el cual su club y rival local Internazionale fueron juzgados y absueltos cinco años después por esa medida; obteniendo el apoyo político de la afición del Milan, una de las más grandes del país. En 2018, tras vender el Milán al empresario chino Li Yonghong, Berlusconi, a través de Fininvest , pasó a ser propietario del A.C. Monza, club que entonces competía en la Serie C nacional, con el 100% de las acciones del club.

El Patrocinio de la petrolera estatal rusa Gazprom al equipo de fútbol alemán Schalke 04, eventos de la UEFA Champions League y equipaciones. (patrocinio que término en el 2022 a raíz de la Invasión rusa de Ucrania de 2022).

Entre los múltiples mecanismos de poder blando –es decir, fundamentado únicamente en recursos ideológicos, culturales o diplomáticos– de que disponen los Estados, el sportswashing es quizá uno de los más insidiosos y efectivos. Se cree que el término fue acuñado en 2015, con motivo de aquellos Juegos Europeos de Bakú (Azerbaiyán) en los que Lady Gaga interpretó una versión del Imagine de John Lennon, pero la concepción del deporte como mecanismo para maquillar reputaciones y sumar puntos de confianza en el panorama internacional no es nueva. En los últimos años, países como Qatar, Emiratos Árabes Unidos o Arabia Saudí han sido los principales acusados de una práctica que Amnistía Internacional define en términos inequívocos: “Blanquear la imagen de ciertos países donde no se respetan los derechos humanos, incluidos los de las mujeres”.

El caso de Qatar y el último Mundial masculino de fútbol es uno de los ejemplos más evidentes de sportswashing, en el sentido de que un país con un historial bastante controvertido en lo que a garantizar la protección de los derechos humanos se refiere fue seleccionado por la FIFA para organizar una competición que pretendía ocultar ciertos asuntos (como, por ejemplo, su tratamiento de los trabajadores migrantes, muchos de ellos implicados en la construcción a contrarreloj de los ocho estadios donde se disputaron los encuentros, o sus políticas LGTBQ) bajo una alfombra de hat-tricks, grandes estrellas y fuegos artificiales. En ese sentido, el blanqueamiento deportivo actual no es comparable a, por ejemplo, los Juegos Olímpicos de 1936, celebrados en plena Alemania nazi: mientras que Hitler y los suyos aprovecharon el evento para exhibirse orgullosos (y con toda su simbología bien a la vista) ante los ojos del mundo, el Mundial de Qatar pretendía en todo momento generar una imagen afable y turística. Es decir, distorsionar la realidad nacional a través de la magia del fútbol, entendido como un espectáculo ligero en las antípodas de la política.

Sin embargo, la historia nos enseña que el deporte siempre es político. La relación simbólica e incluso material entre ambas realidades se remonta a la antigua Grecia, donde las polis ponían dinero para organizar grandes competiciones (más o menos como ocurre hoy en día con las candidaturas de la FIFA) en las que, una vez arrancaban, hacían todo lo posible por conducir a sus atletas locales hasta la victoria. ¿Espíritu olímpico o posicionamiento geoestratégico? ¿Acaso hay alguna diferencia?

Otro ejemplo lo tenemos en la Gran Bretaña del siglo XIX, donde el fútbol pasó de ser un pasatiempo para la clase obrera –tanto a nivel de hinchas como de jugadores– a atravesar un proceso de profesionalización que, a partir de la década de 1870, se tradujo en malas noticias para todos esos propietarios de industrias locales que habían fundado equipos y comprado terrenos de juego con el objetivo fundamental de mantener contentos (y dóciles) a sus empleados. No obstante, que este experimento de control social fracasara no significa que el fútbol escapase a la eventual condición de opio de las masas, con la cantidad de oportunidades para la corrupción a gran escala que ello conlleva.

El reciente Escándalo Rubiales ha vuelto a sacar a la luz un asunto que, pese a haber sido destapado por El Confidencial hace solo año y medio, muchos en la RFEF creían olvidado: el polémico (en fondo y forma) traslado de la Supercopa de España a Arabia Saudí, país que probablemente esté jugando al sportswashing a un nivel superior al de todos los demás. Además de comprar el Newcastle en 2021, del mismo modo que el Paris Saint-Germain lleva siendo gestionado por Qatar Sports Investments desde 2011, el Fondo Soberano de Inversión saudita puso en marcha el pasado año la LIV Golf, un circuito de golf profesional (también conocido como Super Golf League) con el objetivo de plantarle cara a un estamento tan poderoso y con tanta solera como el PGA Tour. Misión cumplida, pues ya se han iniciado las conversaciones de fusión, multimillonarios contratos televisivos a escala internacional mediante.

El siempre estrecho entendimiento que el deporte profesional ha mantenido con el capitalismo tanto en Oriente Medio como en Estados Unidos está, además, sirviendo como acelerador para ciertas prácticas que podríamos considerar sportswashing, como demuestra la expansión hacia Arabia Saudí que la WWE acaba de poner en marcha hace unos meses.

De modo que, mientras Filipinas acoge la Copa Mundial de Baloncesto y representantes de la FIBA se hacen fotos junto a Bongbong “Hijo de Ferdinand” Marcos, llega el momento de preguntarnos qué podemos hacer como espectadores. Y la respuesta es que no hay respuesta, o al menos no una completamente convincente.

El boicot a eventos deportivos no va a cambiar un ápice las realidades políticas y sociales de los regímenes que los organizan, pero disfrutar de forma acrítica con un partido que se juega en una satrapía tampoco es tarea fácil. Por otro lado, la tentación de acusar de sportswashing a países que quizá simplemente quieran poner en marcha programas deportivos a nivel doméstico (para, por ejemplo, mejorar sus índices de salud pública) podría llevarnos a incurrir en injusticias. Se trata, por tanto, de un asunto que va en la conciencia de cada uno de nosotros, impotentes ante el movimiento coordinado de estructuras jerárquicas con un pie y medio en el pasado más autoritario. Imposible no sentirnos insignificantes.

Fuentes: Noel Ceballos (Revista GQ) – Wikipedia

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